Antes
de que se me olvide
Rese?a
por Miguel ?ngel V?zquez
Jos?
Mart?nez de Sousa ha escrito sus memorias profesionales. Las ha titulado ?Antes
de que se me olvide?, y se las ha editado su editor habitual en estos ?ltimos
a?os, TREA.
Normalmente las personas, ante la tesitura de escuchar una
noticia buena y la otra mala, prefieren primero la mala. As? pues, lo
primero que dir? es lo que ha visto mi ojo izquierdo, que es con el que
leo, a saber: dos erratas, una frase cuya sintaxis discutir?a y una eterna
discusi?n: si, escribiendo en espa?ol, escribimos ?eppur si muove?, ?por
qu? no escribimos ?habelos,hainos??
M?s all? de estas peque?as idioteces, creo sinceramente que
se trata de un libro agradable y en el que tambi?n, como siempre en las
cosas que escribe este hombre, se aprende mucho.
Contiene material de gran inter?s a la hora de juzgar a la
persona Jos? Mart?nez de Sousa. Porque Pepe, a pesar de ser hombre de
bien, generoso con sus amigos y una cosa que yo creo que cada vez escasea m?s:
amigo del conocimiento; Pepe, dec?a, tiene, como todo el mundo, sus
rarezas, sus prontos, sus quince minutos tocanarices y esos momentos de
obcecaci?n en los que todos, tarde o temprano, caemos. El origen de ese car?cter
en ocasiones, pocas, incluso desabrido, est? en las confesiones de esta
obra. Son muchas y muy variadas y, adem?s, no es cuesti?n de aventarlas
aqu?, pues para quien las quiera conocer su due?o las ha puesto en el
mercado, negro sobre blanco. Pero s? son resumibles, creo yo, en una frase:
Jos? Mart?nez de Sousa no habr?a llegado donde ha llegado de no ser
persona que cree hasta las trancas en s? mismo y en lo que hace. Insin?a o
dice el autor varias veces que algunas obras suyas (los diccionarios para
tip?grafos y correctores, o el de siglas) fueron en su d?a pioneras en su
campo. El pionero, m?s bien, es ?l.
En los a?os de nuestra adolescencia, dos monstruos nos
acechan: las matem?ticas y aquella lengua propia que se estudie en las
escuelas (castellano, catal?n, gallego, vascuence, guaran? o quechua, eso
da igual). Las matem?ticas, porque son un saber pr?ctico, lo cual lo hace
m?s dif?cil de dominar: nunca te sabes bien la lecci?n, porque siempre
pueden plantearte un problema que no sepas resolver (esto no ocurre en
muchas Humanidades: saberse las capitales de Europa es saberse las capitales
de Europa). El lenguaje porque, sobre todo cuando eres ni?o, aparece ante
ti como una m?quina vieja y an?rquica, cuyos engranajes rara vez funcionan
como deber?an y que est? adem?s llena de pernos (la hache, la be y la
uve, las reglas de acentuaci?n, etc?tera) que van a su pu?etera bola, as?
pues aparece la gran bestia negra de todo estudiante: auswandig lernen lo
llaman en alem?n, si es que no me falla la auswandig lernen (o sea, el
aprendizaje de memoria).
Con estos mimbres, todos nosotros, o casi todos, so??bamos
con trece, con catorce a?os, con vernos liberados del lenguaje como labor,
como obligaci?n y como reto. Jos? Mart?nez de Sousa tuvo, por decirlo con
gallega retranca, la ?suerte? de haber nacido b?sicamente liberado de esa
obligaci?n. Crecido en un bonito pueblo el canto de cuyos gallos, en la ma?ana,
saluda a Portugal, sus habilidades ten?an que haber sido muy otras. Por
esencia, deber?a haber pertenecido a esa cohorte de personas que dicen
cosas como la que me dijo a m? un sargento en la mili: t? sabr?s mucho,
pero de cu?ntos dientes tiene una merina reci?n parida, ni puta idea. A
base de esfuerzos y de un traslado que se adivina traum?tico (hoy en d?a,
Pontevedra est? m?s cerca de Montevideo de lo que lo estaba, hace sesenta
a?os, de Sevilla, donde fue enviado a formarse), su destino, digamos, se
modific? algo. Poco. Ingres? en un colegio de ense?anza no reglada que,
por lo tanto, en cuanto a los alumnos les apuntaba el bozo deb?a apostar
por eso que hoy llamamos formaci?n profesional.
Ni una sola de las cartas que le reparti? la vida dec?a:
escribir?s libros. Y, sin embargo, hay algo en el destino que est? por
encima del destino. ?Por qu? un ni?o en esas circunstancias estar? en
disposici?n, la confesi?n est? en el libro, de intercambiar un bal?n de
f?tbol por un libro? Esto no lo sabemos; el autor no lo explica,
probablemente porque tampoco lo sabe. Todo lo que sab?a ese ni?o, y que es
lo ?nico que creo yo sigue sabiendo el sabio provecto que hoy es, es que
los libros le fascinaban. No, desde luego, los libros como contenido; la
vida no le hab?a dejado a?n ser tan culto como para eso. Le fascinaba el
libro como producto. Ya volveremos a eso.
As? que Mart?nez de Sousa, que pudo ser sastre y no s? qu?
cosas m?s (en esto la vida demostr? ser sabia; resultar?a inc?modo, y
dif?cil, discutir el correcto ancho de una sisa con un tipo con su car?cter,
armado adem?s de alfileres), se decidi? por la imprenta y, dentro de ella,
por ser cajista. Aqu?, Pepe, debo decirte que, en mi humilde opini?n, est?
lo mejor de tu libro. Es todo ?l hermoso e interesante, pero los p?rrafos
dedicados a aquella vieja profesi?n, sus herramientas y procesos, es algo m?gico.
Haciendo una comparaci?n est?pida (que es lo que hay en las recensiones
est?pidas), leyendo esas l?neas me acordaba de Patrick O'Brian. El
escritor, creo que irland?s, autor de las novelas sobre el capit?n Jack
Aubrey, de las que ha salido famosa pel?cula del se?or Crowe. Si leo un
texto sobre herramientas de tipograf?a y otro sobre herramientas de mariner?a,
me enfrento a dos contenidos sobre los que no s? nada (excepci?n hecha del
castigo de pasar por la quilla). Y en ambos casos, O'Sousa u O'Brian, el
texto me fascina. Porque lo veo, que es lo m?s importante cuando alguien te
cuenta algo que no conoces.
El lector moderno, y cuanto m?s joven mejor, debe leer esas p?ginas.
Para aprender, aunque sea para despu?s olvidarlo, que hubo un tiempo en que
los libros se reescrib?an. Por cada letra que el autor hab?a puesto en un
manuscrito, un cajista colocaba otra letra en un componedor. As? pues, hay
dos quijotes, dos teor?as de la relatividad, dos historias de amor; la que
sale del cerebro del escritor y la que sale de las manos del cajista. Una
depende de la otra y, al final, una penetra a la otra. Porque se puede pasar
toda la vida escribiendo libros sin tener ni dea del proceso por el que son
construidos. Pero es imposible componer libros sin saber algo de la materia
inaprehensible de la que est?n hechos. ?sta es la raz?n de que los tip?grafos
hayan sido siempre gente cultivada, a pesar de su origen intelectualmente
humilde. Para m?s explicaciones, lean el libro de Jos? Mart?nez de Sousa,
y as? empezar?n a entender por qu? ?l sabe mucho m?s que ustedes.
Nadie llega desde la ortograf?a a la tipograf?a. ?se es un
viaje de arist?crata que decide dejar de serlo. El viaje de Sousa fue el
contrario. Desde la tipograf?a, desde las preguntas, cuestiones y
necesidades que plantea una labor tan mec?nica como colocar letritas en una
especie de caja alargada y luego verter eso en una cajita abierta s?lo por
un lado y, paso siguiente, ponerse las manos hasta el culo de tinta; desde
todas las cosas que le crecieron en la cabeza mientras aprend?a a hacer
esas cosas que muchos otros (doy fe de ello, pues recuerdo mi experiencia
period?stica) hac?an sin plantearse esas mismas cuestiones, Mart?nez de
Sousa se hizo bastante m?s que tip?grafo, lo cual es decir que sent? las
bases para ser bastante m?s que ort?grafo. Se dibuja a s? mismo, ya
corrector en c?lebre peri?dico barcelon?s, aprovechando los tiempos
muertos entre la cr?nica de Londres y la del ?ltimo partido del Espa?ol F?tbol
Club para apuntar en fichas sus dudas, las soluciones propuestas. La vida de
Mart?nez de Sousa se escribi? en fichas que, negrera confesi?n del autor,
los fines de semana ordenaban sus hijos (lo cual abre una cuesti?n escatol?gica:
?rellen? fichas porque ten?a hijos para ordenarlas o tuvo hijos para
ordenar las fichas?). Un tipo raro. Un tipo meticuloso y seguro de s? mismo
que (en an?cdota que ?l gusta mucho de referir) acent?a ?proh?be?. Un
tipo de esos que tienen una sola camisa en el armario pero toneladas de
conocimiento en apenas la segunda fila de libros de la m?s alta balda de la
estanter?a m?s apartada de esa casa m?gica suya en la que, tras entrar
por el portal, tienes que bajar las escaleras para llegar al segundo piso
(sic).
La obra, adem?s, es fruto de una dial?ctica. Una dial?ctica
que tengo yo por m? que el autor no percibe. Pepe no es consciente de la
lucha que le bulle dentro de la cabeza y, sin embargo, de alguna forma la
vierte, o eso quiero ver yo, en este libro. Esa dial?ctica es la lucha
entre dos amores. Porque en el mundillo en el que ?l se mueve hay dos
amores posibles: se puede amar a la palabra o se puede amar al libro que la
contiene. Eso es lo mismo, pueden pensar muchos. Yo no lo creo. Se puede
disfrutar de la belleza de un ocaso sin tener querencia por los pintores que
los pintan. Con las mismas, tambi?n se puede amar la t?cnica pict?rica m?s
que la belleza en s?. Mart?nez de Sousa ha trabajado los dos saberes en
paralelo: el del ort?grafo y sint?ctico que conoce el lenguaje, y el del
tip?grafo y bibli?logo (espero estar usando las palabras medio bien) que
conoce c?mo se hace un libro y por qu? ?ste es m?s bello que aqu?l; eso
de ?primososamente editado? que los mostrencos no entendemos. De alguna
forma, ambas amantes debaten sus respectivos atractivos dentro de Mart?nez
de Sousa, y ?l opta por una bigamia necesaria, pues las necesita a ambas
para sentirse querido (o, m?s en concreto, para sentirse queriendo).
Esto es una lecci?n para quienes creen en los saberes puros y
en tal sentido las memorias de Pepe son una apuesta decidida por eso que las
consultoras llaman hoy la polivalencia multidisciplinar. Ecumenismo, en una
palabra.
Hay muchas m?s cosas en el libro. El retrato de la Barcelona
del desarrollismo como ciudad generosa con el desarrollo editorial. La agria
pol?mica sobre si tiene derecho (?sta es la expresi?n) la Real Academia,
no tanto a rechazar la membres?a, como a rechazar la directa e intensa
colaboraci?n de un profesional tan cualificado. El trazo sinuoso de la
creatividad de Pepe. Algunos, pocos, sinsabores, pues la memoria es
selectiva. El asunto del plagio.
Pepe Mart?nez de Sousa es una persona que ha sido capaz de
hacer lo que la mayor?a de nosotros, en sus circunstancias, no habr?amos
hecho. Te acercas a ?l, siempre o casi siempre, por la cantidad de cosas
que te ha ense?ado. Sin embargo, conforme lo conoces, a ?l y a esa imagen
especular, inversa, que de ?l es su generosa mujer, cada vez importa menos
lo que te ha ense?ado y es m?s importante c?mo es ?l, su humanidad,
porque es indisoluble de sus ?xitos como intelectual. Es un todo. Porque
Pepe, cada vez que te ense?a c?mo se cita correctamente la obra de un
tercero (a m? me lo ha ense?ado siete u ocho veces, porque mira que lo leo
y no se me queda), en cierto modo te est? dando un abrazo, o una palmada en
la espalda. Cada cosa que sabe es un trocito de su vida. Un minuto m?s de
su existencia invertido en saber, en lugar de en relajarse o tomarse un vino
o ver la tele con su familia. Cuando lo conoces, cada entrada de sus
diccionarios adquiere una tensi?n distinta: las palabras entran en tu
conocimiento con la suave cadencia del amigo que te explica algo trivial
mientras comparte un caf? en cualquier chafl?n de Barcelona.
En la ?ltima frase de su libro, Pepe Mart?nez de Sousa
confiesa la esencia de su labor, el objetivo primero: la perfecci?n. Pero t?
sabes, Pepe, que la perfecci?n no existe. Lo cual te deja sin consuelo, ya
lo s?. Todo lo que puedo decirte es esto: para los dem?s, la carga es m?s
llevadera. Porque para los dem?s, como para ti, la perfecci?n no existe.
Pero existes t?. Y tu obra.
Saludos,
Vazman